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El despliegue, la capacidad y la velocidad de Internet se han convertido en asuntos prioritarios para estados, empresas y usuarios.

Hoy en día necesitamos una Internet muy rápida para que la economía crezca vigorosamente y genere puestos de trabajo y prosperidad, así como para garantizar que los ciudadanos puedan acceder a los contenidos y servicios que desean.

El desarrollo de estas tecnologías y su uso por parte de ciudadanos, empresas y administraciones está necesariamente ligado a las redes de telecomunicaciones que proporcionan acceso a Internet. Por tanto, cuanta más capacidad proporcionen estas redes a sus usuarios, mayor será el aprovechamiento de las ventajas de la sociedad digital que podrán obtener para ellos, para sus clientes y para sus administrados.

Entonces nos preguntamos: ¿cuáles son las tecnologías que permiten que en casa del cliente se reciban esas velocidades de nueva generación? Y aún más, ¿es necesario desplegar nuevas infraestructuras – y por tanto realizar inversiones – para llevar esas tecnologías a los ciudadanos?

La cuestión tecnológica desde el punto de vista de las velocidades que proveen y vista la oferta comercial actual de los operadores, podría resumirse como sigue: los 100Mbps solo son alcanzables de manera fiable con redes de fibra óptica; para 30Mbps podrían incorporarse, bajo condiciones especialmente favorables, versiones mejoradas de ADSL (red de cobre) y ciertas redes fijas inalámbricas. Pero en esto contexto es donde invertir en equipamiento de última generación toma un cariz insoslayable. En un mundo donde todo avanza vertiginosamente, invertir en la mejor categoría de cables UTP o en una buena marca de fibra no puede ser tomado a la ligera. Del mismo modo, la calidad del servicio de instalación y la mano de obra que ejecuta las obras son las que aseguran el funcionamiento y perdurabilidad de estas inversiones de gran magnitud.

En pocas palabras, el avance tecnológico que se plantea debe estar sustentado por una infraestructura física para redes lo suficientemente robusta para soportar ese crecimiento que, al ritmo que llevamos, no se sabe si encontrará techo.